La educación debería regresar a lo que realmente significa la palabra: conducir, guiar, acompañar… Durante siglos hemos conducido a los estudiantes de diversas maneras; antiguamente desde una perspectiva integral que valoraba los oficios, las artes, la ética, la urbanidad, los primeros auxilios y, por supuesto, asignaturas como matemáticas, lengua, ciencias sociales, filosofía, entre otras. En el siglo pasado, la educación experimentó un cambio debido a múltiples factores, y actualmente seguimos enseñando habilidades para un mundo que ya no existe: el mundo de la sociedad industrial. Habilidades como la disciplina rígida, la obediencia ciega, el silencio sin cuestionamiento, la puntualidad extrema y la previsibilidad aún se enseñan en las escuelas, aunque muchas de ellas han perdido relevancia en el mundo laboral actual, caracterizado por empresarios independientes, nómadas digitales, trabajadores orientados a objetivos y la revolución tecnológica.
Estamos guiando a niños predecibles para un mundo impredecible, lleno de incertidumbres. A pesar de que los niños tienen un mayor acceso a la educación, al conocimiento y a los viajes, sus mentes actualmente están bloqueadas por el mal uso de la tecnología. En la actualidad, se requieren habilidades blandas, colaborativas y sociales, como la empatía, la aceptación de la diversidad, el amor por la naturaleza, la conciencia climática y el pensamiento crítico para discernir y validar la información encontrada en las redes. También es fundamental comprender, cuestionar, digerir y tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, tomar decisiones responsables, entender cómo funcionan las relaciones sociales actuales y cómo pueden contribuir a mejorar el mundo.
La tecnología puede hacer que la educación sea más eficaz y personalizada. Con un poco de esfuerzo, se podría comprender mejor a cada individuo; al proporcionar instrucción al profesorado sobre el papel de la neurociencia en la educación, podrían identificar qué circuitos neuronales reforzar, comprender trastornos y traumas, reconocer cómo aprenden los estudiantes de manera diferente en distintas materias y comprender que no existen habilidades nulas, sino habilidades diversas. También podrían identificar los momentos óptimos para el aprendizaje y la consolidación del conocimiento.
Muchos de nosotros nunca nos preguntaron en nuestra infancia si éramos felices; simplemente se daba por sentado. Ahora entendemos que la felicidad en la infancia no es algo trivial; que la razón y la emoción están entrelazadas y que la base de todo conocimiento es la sensación emocional que lo acompaña. Las emociones son maleables y deben enseñarse a controlar tanto en casa como en la escuela. El autocontrol, el optimismo y la serenidad son temas que deben discutirse en la escuela, no solo en el ámbito familiar, dado que es donde un niño pasa la mayor parte de su tiempo. Es crucial comprender que un estudiante estresado tiene una capacidad de aprendizaje reducida, ya que las emociones dejan huellas en el cuerpo.
El sistema educativo, con sus exámenes estresantes, no está diseñado para incorporar la totalidad del ser humano, incluyendo todas las emociones. No solo se deben considerar las habilidades que interesan a la institución; las artes, el deporte y la meditación son herramientas valiosas para el desarrollo cerebral y el equilibrio emocional. Los niños no carecen de habilidades, pero hay áreas en las que pueden mejorar. Es necesario entrenar el autocontrol, fomentar la paciencia y comprender sus diferencias, emociones y pasiones en el entorno escolar.
Desde el hogar, es importante presionar menos a los niños y preocuparse más por cómo se sienten. Es necesario valorar diariamente su felicidad, su autocontrol, su creatividad, su empatía y su capacidad para resolver situaciones inesperadas.
Los Abrazos
La educación debería regresar a lo que realmente significa la palabra: conducir, guiar, acompañar… Durante siglos hemos conducido a los estudiantes de diversas maneras; antiguamente desde una perspectiva integral que valoraba los oficios, las artes, la ética, la urbanidad, los primeros auxilios y, por supuesto, asignaturas como matemáticas, lengua, ciencias sociales, filosofía, entre otras. En el siglo pasado, la educación experimentó un cambio debido a múltiples factores, y actualmente seguimos enseñando habilidades para un mundo que ya no existe: el mundo de la sociedad industrial. Habilidades como la disciplina rígida, la obediencia ciega, el silencio sin cuestionamiento, la puntualidad extrema y la previsibilidad aún se enseñan en las escuelas, aunque muchas de ellas han perdido relevancia en el mundo laboral actual, caracterizado por empresarios independientes, nómadas digitales, trabajadores orientados a objetivos y la revolución tecnológica.
Estamos guiando a niños predecibles para un mundo impredecible, lleno de incertidumbres. A pesar de que los niños tienen un mayor acceso a la educación, al conocimiento y a los viajes, sus mentes actualmente están bloqueadas por el mal uso de la tecnología. En la actualidad, se requieren habilidades blandas, colaborativas y sociales, como la empatía, la aceptación de la diversidad, el amor por la naturaleza, la conciencia climática y el pensamiento crítico para discernir y validar la información encontrada en las redes. También es fundamental comprender, cuestionar, digerir y tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, tomar decisiones responsables, entender cómo funcionan las relaciones sociales actuales y cómo pueden contribuir a mejorar el mundo.
La tecnología puede hacer que la educación sea más eficaz y personalizada. Con un poco de esfuerzo, se podría comprender mejor a cada individuo; al proporcionar instrucción al profesorado sobre el papel de la neurociencia en la educación, podrían identificar qué circuitos neuronales reforzar, comprender trastornos y traumas, reconocer cómo aprenden los estudiantes de manera diferente en distintas materias y comprender que no existen habilidades nulas, sino habilidades diversas. También podrían identificar los momentos óptimos para el aprendizaje y la consolidación del conocimiento.
Muchos de nosotros nunca nos preguntaron en nuestra infancia si éramos felices; simplemente se daba por sentado. Ahora entendemos que la felicidad en la infancia no es algo trivial; que la razón y la emoción están entrelazadas y que la base de todo conocimiento es la sensación emocional que lo acompaña. Las emociones son maleables y deben enseñarse a controlar tanto en casa como en la escuela. El autocontrol, el optimismo y la serenidad son temas que deben discutirse en la escuela, no solo en el ámbito familiar, dado que es donde un niño pasa la mayor parte de su tiempo. Es crucial comprender que un estudiante estresado tiene una capacidad de aprendizaje reducida, ya que las emociones dejan huellas en el cuerpo.
El sistema educativo, con sus exámenes estresantes, no está diseñado para incorporar la totalidad del ser humano, incluyendo todas las emociones. No solo se deben considerar las habilidades que interesan a la institución; las artes, el deporte y la meditación son herramientas valiosas para el desarrollo cerebral y el equilibrio emocional. Los niños no carecen de habilidades, pero hay áreas en las que pueden mejorar. Es necesario entrenar el autocontrol, fomentar la paciencia y comprender sus diferencias, emociones y pasiones en el entorno escolar.
Desde el hogar, es importante presionar menos a los niños y preocuparse más por cómo se sienten. Es necesario valorar diariamente su felicidad, su autocontrol, su creatividad, su empatía y su capacidad para resolver situaciones inesperadas.
Abrazar es una acción totalmente gratuita y voluntaria que tiene muchas ventajas y beneficios.
Está científicamente comprobado que dar abrazos o recibirlos es un gesto que no solo transmite afecto, sino que también tiene varios beneficios, tanto psicológicos como físicos.
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El abrazo reduce el estrés: según estudios científicos, abrazar a alguien que está pasando por un momento difícil puede ser muy beneficioso. Un abrazo de 6 segundos puede ayudar a reducir su estrés y reconfortarlo.
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Mejora la salud cardíaca: un estudio realizado en una universidad de Estados Unidos con adultos reveló que aquellos participantes que se dieron la mano durante 10 minutos y luego se abrazaron durante 20 segundos mostraron una reducción en los niveles de presión arterial y una estabilización en su frecuencia cardíaca, en contraste con los otros participantes que estuvieron 10 minutos sin ninguna muestra de afecto.
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Mejora el Sistema Inmunológico: los abrazos aumentan la oxitocina, conocida como la «hormona del amor». Esta hormona, secretada por la hipófisis, tiene efectos positivos en nuestro sistema inmunitario. Cuando el cuerpo percibe una amenaza, se activan mecanismos para contrarrestarla; la oxitocina juega un papel en la respuesta del estrés, que involucra los sistemas nervioso, neuroendocrino e inmune.
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Reducen los miedos: se ha comprobado científicamente que abrazar y sentirse abrazado puede reducir la ansiedad y tener un impacto positivo en personas con baja autoestima. En los niños, abrazar a un peluche u objeto es una reacción natural de defensa al miedo.
Es crucial transmitir afecto a nuestros niños y mostrar empatía, ya que los seres humanos somos frágiles. Nuestra fuerza radica en la unión, el afecto y la comunidad. Es fundamental enseñar a los estudiantes, tanto desde el hogar como desde la escuela, sobre la importancia del afecto y los graves daños que puede causar el acoso escolar a sus compañeros.
Se ha demostrado mediante mediciones de ondas cerebrales que pensar de manera diferente al grupo activa áreas cerebrales asociadas con la certeza de la equivocación. A pesar de ser gregarios por naturaleza, nos cuesta cada vez más ser compasivos. La necesidad de afecto es inherente a nuestra naturaleza. Una palabra amable nutre el cerebro; por ello, debemos enseñar a elegir entre el amor y el miedo, educar para la apertura social, la diversidad e incentivar la curiosidad, la risa y la expresión de amor sin miedo ni reservas.
Es esencial ser conscientes del poder de protección emocional que transmite el abrazo como un ritual saludable. Somos seres biológicos y emocionales que necesitamos muchos abrazos de 6 segundos, besos suaves como mariposas, más notas escritas a mano y mensajes que transmitan afecto y amor.
Los talentos
La búsqueda del talento: La creatividad es entrenable, y la curiosidad se desarrolla. Nuestra corteza cerebral nos brinda una gama infinita de capacidades para expandir; poseemos una cantidad inmensurable de talento. Es crucial hacerle saber a un niño que es fuerte en áreas específicas; esto requiere un gran esfuerzo. Según el estudio de Ken Robinson, «El toque del pensamiento divergente», que evalúa la capacidad de idear múltiples usos para un objeto, se concluyó que la media de niños muestra un alto índice de pensamiento divergente hasta los 5 años. Sin embargo, a los 10 años, la mitad de ellos disminuye su capacidad, y a los 15 años, aún menos. Esta pérdida de capacidad creativa se debe al estrés y a un enfoque educativo restrictivo que enfatiza la conformidad, además del etiquetado de habilidades.
Walt Disney hablaba de las fases de la creatividad: la primera etapa es la creación, en la que nuestra voz interior siempre aplaude: «¡Qué gran idea!». Pero segundos después viene la segunda etapa, en la que la mente dice: «¡Es una tontería!». Permitir que el soñador interior se exprese es crucial, sin importar cuán grande sea el sueño o cuándo surja. Luego viene la tercera etapa: El Realista. Este busca encontrar la manera de hacer realidad el sueño a pesar de las limitaciones, sin dejar que el sueño se desvanezca. Una vez que el realista resuelve los problemas, entra en escena el cuarto paso: El Crítico, quien cuestiona la idea y su ejecución. Un soñador sin un realista y un crítico es solo un soñador. Por lo tanto, es fundamental permitir que los estudiantes sueñen, creando un espacio sin límites, críticas o juicios que les impidan hacerlo. Necesitan este espacio para nutrir su creatividad, al igual que la música, las artes, el deporte; todas estas actividades nos proporcionan herramientas para elegir, solucionar problemas, reaccionar, indagar, fluir, consolidar y construir el futuro. Son superpoderes que, al dominarlos, nos preparan mejor para enfrentar el futuro.
Las escuelas están moldeando a los estudiantes para conformarse y ser iguales. Esto puede ser una lucha para aquellos que se sienten diferentes. Todos somos únicos y nacemos con emociones universales que nos permiten comunicarnos, pero también con fortalezas que impulsan el desarrollo de nuestra personalidad. Estas fortalezas son únicas y deben ser reconocidas. Sin embargo, las escuelas a menudo no valoran ni califican habilidades como la lealtad, la puntualidad, el ser trabajador, valiente, justo, generoso o empático, ya que se asumen como características presentes o ausentes. Estas habilidades deben ser consideradas y estimuladas, ya que son fundamentales para cada individuo. Es esencial permitirles a los estudiantes identificar y fortalecer sus superpoderes personales, analizando los momentos en los que reaccionaron mejor, cómo superaron desafíos y ayudaron a otros.
Hay motivos para tener esperanza. Anteriormente, la prioridad era la supervivencia física, con una expectativa de vida limitada a unos 50 años, dejando poco espacio para la felicidad, la creatividad o la meditación. Sin embargo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, mejoraron las condiciones de vida, la salud y la educación masiva. A pesar de ello, aunque ahora tenemos más comodidades, no necesariamente somos más felices. Priorizamos generar riqueza sobre la estabilidad emocional y la salud. A pesar de la abundancia de libros de autoayuda y los esfuerzos por mejorar nuestra calidad de vida, la búsqueda del éxito y el dinero nos agotan y consumen nuestro tiempo. Es crucial que miremos a nuestros niños con compasión, entendimiento y apoyo para potenciar su creatividad. ¿Estamos guiándolos de manera correcta?
El exceso de presión puede llevar al cerebro a modo de supervivencia, disminuyendo la capacidad de disfrutar y, sin emoción, el aprendizaje se ve comprometido. No deberíamos dar la bienvenida solo a las emociones que consideramos positivas. Las emociones son herramientas útiles o perjudiciales según cómo se manejen, descarguen, defiendan o alerten. Necesitamos aceptarlas y enseñar a gestionarlas, proporcionando herramientas para identificarlas y expresarlas sin castigos. Debemos abandonar la idea de «YO TE SOLUCIONO» y adoptar el «YO TE ACOMPAÑO» para fomentar la autonomía. Hogares y escuelas deberían convertirse en espacios donde la alegría prevalezca, entendiendo que el cerebro y las emociones van de la mano. Si logramos esto, obtendremos las notas que deseamos, ya que un ambiente emocionalmente saludable es fundamental para el aprendizaje y el desarrollo integral.
Alejandra Victoriana Ramírez Pérez
CEO